sábado, 27 de octubre de 2012





Un Parte de Siniestro

Pertenezco a esa categoría de personas que cuando se enfrentó a la decisión de elegir cuál iba a ser su futuro profesional, no se dejó llevar por las inclinaciones de su vocación. Aún recuerdo la reacción de mi padre, cuando le comenté que barruntaba una profesión algo más bohemia que la abogacía.  

En ese momento, dejando su habitual distancia, me puso la mano en el hombro, gesto extraño en él; me miró a los ojos y con voz solemne y acompasada me dijo: ¡Diego… Carezco de un patrimonio que legarte! ¡Solo puedo dejarte, como a su vez hizo mi padre conmigo, una buena educación! ¡Estudia derecho como yo! ¡El derecho te permitirá labrarte un futuro y formar una familia!



Acto seguido, continuó persuadiendo mi voluntad con toda la andanada de argumentos habituales para la defensa de la profesión. Decía mi padre: ¡El derecho te dará la posibilidad de conocer y comprender el mundo que te rodea! ¡Te dotará de varias habilidad sociales como la de aprender a expresarte! ¡Te dará seguridad, y ordenará tu cabeza! ¡Te permitirá ayudar a los demás luchando  por la igualdad, y  la justicia! Finalmente tras otros argumentos que no alcanzo a recordar, remató su alegato con una clara vocación a mi sensibilidad, indicándome lo orgulloso que se sentiría si me hacía abogado.


Compungido y emocionado, respondí: ¡Papá espero no defraudarte!

Sin darme cuenta, mi padre me dio una lección magistral de oratoria forense, ganándome el primer pleito de mi recién nacida vocación profesional. Y heme aquí treinta años después, colaborando para una administración de justicia que tiene casi todo de administración, y casi nada de justicia.


Tras los primeros años, en los que la novedad oculta una profesión, dominada por el cinismo y el interés, caí en el desencanto y como consecuencia en el más profundo aburrimiento. Nada me estimulaba, ni me divertía en la profesión. De esos años oscuros, recuerdo no obstante, algún que otro momento ameno. Uno de los más divertidos, fue cuando cayó en mis manos la copia de un escrito presentado a una compañía de seguros, explicando las circunstancias de un accidente de trabajo. Así decía:

“El día del accidente estaba trabajando sin ayuda, colocando los ladrillos de una pared del sexto piso de un edificio en  en esta ciudad. Finalizadas mis tareas, verifiqué que habían sobrado aproximadamente 250 kilos de ladrillos. En vez de cargarlos hasta la planta baja a mano, decidí colocarlos en un barril y bajarlos con la ayuda de una roldana (polea) que felizmente se hallaba fijada en una viga en el techo del sexto piso.

Bajé hasta la planta baja, até el barril con una soga y, con la ayuda de la roldana, lo levanté hasta el sexto piso, atando el extremo de la soga en una columna de la planta baja. Luego subí y cargue los ladrillos en el barril. Volví a la planta baja, desaté la soga y la agarré con fuerza de modo que los 250 kilos de ladrillos bajasen suavemente (debo indicar que en el ítem nº 1 de mi declaración a la policía e indicado que mi peso corporal es de 80 kilos). Sorpresivamente, mis pies se separaron del suelo y comencé a ascender rápidamente, arrastrado por la soga. Debido al susto, perdí mi presencia de espíritu e irreflexivamente me aferré aún más a la soga, mientras ascendía a gran velocidad.

En las proximidades del tercer piso me encontré con el barril que bajaba a una velocidad aproximadamente similar a la de mi subida, y me fue imposible evitar el choque. Creo que allí se produjo la fractura de cráneo.

Continué subiendo hasta que mis dedos se engancharon dentro de la roldana, lo que provocó la detención de mi subida y también las quebraduras múltiples de los dedos y la muñeca. A esta altura (de los acontecimientos), ya había recuperado mi presencia de espíritu y, pese a los dolores, continué aferrado a la soga. Fue en ese instante que el barril chocó contra el piso, su fondo se partió, y todos los ladrillos se desparramaron.

Sin ladrillos, el barril pesaba aproximadamente 25 kilos. Debido a un principio simplísimo, comencé a descender rápidamente hacia la planta baja. Aproximadamente al pasar por el tercer piso me encontré con barril vacío que subía. En el choque que sobrevino estoy seguro se produjeron las fracturas de los tobillos y la nariz. Este choque felizmente disminuyó la velocidad de mi caída, de manera que cuando aterricé sobre la montaña de ladrillos solo me quebré tres vértebras.

Lamento sin embargo informar que, cuando me encontraba caído encima de los ladrillos, con dolores insoportables, sin poder moverme y viendo encima de mí el barril, perdí nuevamente mi presencia de espíritu y solté la soga. Debido a que el barril pesaba más que la soga, descendió rápidamente y cayó sobre mis piernas, quebrándoseme las dos tibias.

Esperando haber aclarado definitivamente las causas y desarrollo de los acontecimientos, me despido atentamente.”

Han pasado quince años, y observo con agrado como la abulia a la que me había llevado el desencanto en mi profesión ha desaparecido.

Es cierto que sigo y seguimos careciendo de la capacidad de modificar el entorno injusto e inhumano que impera en nuestros trabajos y en nuestra sociedad. No podremos cambiar el mundo de la medicina, del derecho, de la construcción, etc. Pero no es menos cierto, que si que somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos. Podemos convertir nuestras profesiones y nuestras vidas en ocasión de aliviar los miedos de las personas con las que nos encontramos; transmitiéndoles un poco de seguridad, y cariño. ¿Quién no quiere un hermano mayor que lo proteja un poco, ante una situación que le perturbe?

Para ello, no es necesario una gran profesión, o una actividad con especial relevancia social. Basta cualquier humilde trabajo o actividad, basta un simple fregado de platos. Si se hace con amor, es un gran trabajo. Si además lo conviertes en ofrenda ante Dios por tus semejantes, se convierte en oración tan trascendente e importante como la del mayor de los místicos. Y lo más importante con su poder puedes cambiar las cosas que te rodean.

Pero para descubrir esto tienes que tropezar en el camino con personas que con el ejemplo de su dedicación al trabajo y su servicio a los demás te ayuden a vislumbrar esta realidad. Si las observas detenídamente, apreciarás además en ellas una característica común. La alegria y el sentido del humor, presente incluso en las situaciones mas adversas. Pregúntate porqué.



Diego Martínez Salas

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