Carpe Diem
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podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Mas
no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma
a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Su
cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado
Este soneto de Quevedo,
probablemente el más bello poema de amor escrito en lengua castellana, sintetiza
en unos pocos versos, los temas del amor y la muerte.
El hombre de todas las épocas, cultura
y condición se ha enfrentado, a esos dos grandes enigmas de una manera más o
menos profunda. Y eso a pesar del intento cada día más actual de matar al amor
y a la muerte, convirtiendo el amor en un mero sentido o sentimiento y a la
muerte en un tabú; en algo que hay que desterrar de la vida común y de nuestra
propia conciencia.
A lo más, banalizamos amor y muerte,
sin respeto ni pudor, acogiendo fenómenos de origen un tanto siniestro, como
Hallowen que igualmente descafeinamos para convertirlo en un mero carnaval de
la muerte, que para colmo servimos a nuestros hijos, en una pedagogía inconsciente
de la banalidad.
Sin embargo, no es tan fácil matar a
la muerte, es un intento inútil. Intentar matar la muerte en nuestras vidas sólo
nos impedirá tener clara la postura que queremos tener ante la vida. Cada uno
podrá asumir la que prefiera; pero solo si yo me libero de la tensión que puede
producirme la contemplación del fin de mi propia existencia, podré vivir una
vida con plena libertad y conciencia. Y lo que es mas importante con el deseo
de vivirla intensamente. Ese es para mi el auténtico sentido del Carpe diem.
Quizás por ello, hay que volver a la
natural sabiduría de nuestros abuelos, que aprovechaban este mes para recodar a
los que ya no están, y a los que este año se fueron de nuestro lado. Cada uno recordará
a sus seres queridos ausentes. Yo recordaré a los míos y los buenos momentos
pasados junto a los que se han ido recientemente. Sólo el pudor me impide
escribir aquí sus nombres, aunque como vosotros los llevo grabados en mi
corazón.
La ciudad moderna, con sus prisas,
su tráfico y sus fiestas de Hallowen también esconde todo esto, apresurándose a
montar la iluminación navideña para ocultar el “siniestro noviembre”, con la
fiesta universal del consumo, en que quiere convertir la navidad.
Sin embargo, y como una gota aislada
en esta inercia de la modernidad, vemos
como tímidamente comienzan a resurgir tradiciones como la representación del
Don Juan Tenorio. Hasta cuatro montajes, han coincidido este año, La más
valiosa, a mi gusto, es la que un grupo de hermanos de la Cofradía de Viñeros,
se ha atrevido a realizar por una noble causa. Hasta ochenta cofrades se han
subido al escenario en un derroche de ilusión y ganas, que espero nazca con
vocación de continuidad.
De momento estarán en el Teatro
Albéniz hasta el día 4 de noviembre, si bien
tienen la intención de representar algunas de sus escenas en distintos espacios
públicos de Málaga. Así el 9 de noviembre en la Plaza de San Francisco a las 20:30
horas, escenificarán las dos primeras escenas. El día 16 del mismo mes en la
Calle Alcazabilla representarán la tercera parte y el día 23 de noviembre el
escenario escogido será el Cementerio de San Miguel. Entorno que ha de resultar
sobrecogedor dada el final que Zorrilla dio a su Tenorio.
También la Asociación de Amigos del
Cementerio de San Miguel se ha unido a esta corriente, y viene o rganizando
durante los últimos años, recitales poéticos y conciertos tras la misa que se
dedica a los difuntos en el Cementerio.
Cuando iba al Cementerio de pequeño
acompañando a mi madre, solía esta para mi pesar, pasear entre las tumbas de
los desconocidos leyendo sus lápidas y epitafios, haciendo comentarios sobre
sus dueños y circunstancias.
Esta costumbre, me la transmitió como si de una enfermedad contagiosa se tratara, de forma que siempre que acudo a un cementerio antiguo, me veo inspeccionando tumbas y nichos, a la caza de un epitafio que me revele el carácter de su difunto dueño. Esta curiosidad por los epitafios me lleva a transcribiros una anécdota de Pedro Muñoz Seca, que pueda aliviar la plúmbea seriedad de estas letras.Los porteros de la casa donde vivía don Pedro eran un matrimonio muy anciano. Ambos fallecieron muy seguidos, fenómeno que siempre me ha llamado la atención, entre las personas mayores que vivieron muy unidas. El hijo de los porteros, deseoso de honrar a sus padres de la mejor manera posible le pidió a don Pedro que redactar un epitafio para sus tumbas. Cuyo texto fue:
Fue tan grande su bondad,
Tal su generosidad
Y la virtud de los dos
Que están, con seguridad,
En el cielo, junto a Dios.
En estos años anteriores a la república, era necesario que los Obispados aprobaran el texto de los epitafios, con el fin de que no se faltara a la piedad ni a las buenas costumbres. El delegado episcopal encargado para esta tarea censora, debía ser un riguroso teólogo pues remitió una carta en nombre del obispo, indicándole que debía corregir el epitafio, en tanto que no resultaba correcto afirmar con certeza que los fallecidos “estuvieran junto a Dios”. Hecho este que ninguna persona en la tierra podía afirmar ni negar.
Evidentemente el severo censor estaba en lo cierto. Pero dicho veto dirigido a una persona como Muñoz Seca, que todo lo reconducía a la comicidad, resultaba harto peligroso. La contestación de don Pedro no se hizo esperar, remitiendo al obispado la siguiente propuesta de epitafio:
“ Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos,
Donde va siempre el que muere,
Pero no están junto a Dios
Porque el Obispo no quiere”.
Ante el contenido del Epitafio el Obispo de Madrid se sintió en la necesidad de contestar personalmente a don Pedro, indicándole que:
"Ni yo ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable, que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar".
Sin embargo, don Pedro no se pudo resistir remitiendo una nueva propuesta de Epitafio:
“Vagando sus almas van,
Por el éter, débilmente,
Sin saber que es lo que harán,
Porque, desgraciadamente,
Ni Dios sabe dónde están”.
Hombre de profundas convicciones católicas, no perdió el sentido de humor ni siquiera en el momento de su muerte. Detenido en los primeros momentos de la guerra civil, por considerársele enemigo de la republica por el solo hecho de parodiar en sus obras algunos aspectos de la sociedad de la época; fue fusilado en Paracuellos del Jarama.
Ante el pelotón de fusilamiento don Pedro Muñoz Seca, pronunció solemnemente, sus últimas palabras:
«Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo».
Cuentan que tal fue la hilaridad y simpatía que causó a los ejecutores que hasta le pidieron perdón por lo que estaban obligados a hacerle. A lo que don Pedro emocionado respondió agradecido diciéndoles que ya estaban perdonados de antemano...
«aunque me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades»
Esta costumbre, me la transmitió como si de una enfermedad contagiosa se tratara, de forma que siempre que acudo a un cementerio antiguo, me veo inspeccionando tumbas y nichos, a la caza de un epitafio que me revele el carácter de su difunto dueño. Esta curiosidad por los epitafios me lleva a transcribiros una anécdota de Pedro Muñoz Seca, que pueda aliviar la plúmbea seriedad de estas letras.Los porteros de la casa donde vivía don Pedro eran un matrimonio muy anciano. Ambos fallecieron muy seguidos, fenómeno que siempre me ha llamado la atención, entre las personas mayores que vivieron muy unidas. El hijo de los porteros, deseoso de honrar a sus padres de la mejor manera posible le pidió a don Pedro que redactar un epitafio para sus tumbas. Cuyo texto fue:
Fue tan grande su bondad,
Tal su generosidad
Y la virtud de los dos
Que están, con seguridad,
En el cielo, junto a Dios.
En estos años anteriores a la república, era necesario que los Obispados aprobaran el texto de los epitafios, con el fin de que no se faltara a la piedad ni a las buenas costumbres. El delegado episcopal encargado para esta tarea censora, debía ser un riguroso teólogo pues remitió una carta en nombre del obispo, indicándole que debía corregir el epitafio, en tanto que no resultaba correcto afirmar con certeza que los fallecidos “estuvieran junto a Dios”. Hecho este que ninguna persona en la tierra podía afirmar ni negar.
Evidentemente el severo censor estaba en lo cierto. Pero dicho veto dirigido a una persona como Muñoz Seca, que todo lo reconducía a la comicidad, resultaba harto peligroso. La contestación de don Pedro no se hizo esperar, remitiendo al obispado la siguiente propuesta de epitafio:
“ Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos,
Donde va siempre el que muere,
Pero no están junto a Dios
Porque el Obispo no quiere”.
Ante el contenido del Epitafio el Obispo de Madrid se sintió en la necesidad de contestar personalmente a don Pedro, indicándole que:
"Ni yo ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable, que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar".
Sin embargo, don Pedro no se pudo resistir remitiendo una nueva propuesta de Epitafio:
“Vagando sus almas van,
Por el éter, débilmente,
Sin saber que es lo que harán,
Porque, desgraciadamente,
Ni Dios sabe dónde están”.
Hombre de profundas convicciones católicas, no perdió el sentido de humor ni siquiera en el momento de su muerte. Detenido en los primeros momentos de la guerra civil, por considerársele enemigo de la republica por el solo hecho de parodiar en sus obras algunos aspectos de la sociedad de la época; fue fusilado en Paracuellos del Jarama.
Ante el pelotón de fusilamiento don Pedro Muñoz Seca, pronunció solemnemente, sus últimas palabras:
«Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo».
Cuentan que tal fue la hilaridad y simpatía que causó a los ejecutores que hasta le pidieron perdón por lo que estaban obligados a hacerle. A lo que don Pedro emocionado respondió agradecido diciéndoles que ya estaban perdonados de antemano...
«aunque me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades»
Diego Martínez Salas
Fantástica la consideración de la muerte para la dirección de la vida. En nuestro tiempo la muerte es algo a lo que hay que dar la espalda, como si así no fuera a llegar. Los actuales festejos no son sino modos fantasmagóricos de tratar temas realísimos. Nuestras tradiciones siempre han sido realistas, aun cuando se hayan servido de la comicidad.
ResponderEliminarA propósito, muy interesante la anécdota de Pedro Muñoz, serias un buen columnista. Un abrazo a toda la familia.
Juanmi y Cris
Muy interesante la reflexión y la anécdota. Felicidades Diego, estas haciendo un blogs bastante interesante.
ResponderEliminarjosé c.a.