domingo, 14 de octubre de 2012




Un monasterio mozárabe en los Montes de Málaga. El Abad Amnsuindo y el Cerro de Jotrón

Diego Martínez Salas

Pincha el archivo de mp3.
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Los monjes mozárabes autores del Código Albeldense, se dibujaron en el mismo, primero el socio sabio o amanuense principal, después el bibliotecario o vigilante de los escribas y por último el monje discipulo o aprendiz.

Si has conseguido abrir el archivo mp3 que encabeza estas líneas, estarás escuchando los cantos que entonaban los monjes del monasterio del Jotrón, en los Montes de Málaga, durante los siglos VIII a XI.



Estos monjes junto a los que habitaron los mas conocidos cenobios de Bobastro en Ardales y de Ntra Sra. de la Cabeza  en Ronda,  conservaron de una forma asombrosa la lengua latina, la liturgia y el canto que los primeros cristianos de la península crearon y desarrollaron de una forma autóctona, y que conformarán el llamado Rito Mozárabe,  utilizado en España hasta su sustitución por el Rito Romano el año 1080.


El canto mozárabe, que no es canto gregoriano, constituye un auténtico tesoro, que te invito a gustar, si tienes la oportunidad de asistir a alguna de las misas que con dicha liturgia, se suelen organizar, desde que Juan Pablo II, permitió su uso a cualquier lugar de España, donde la devoción o el interés litúrgico-histórico lo requiera. Si vas de viaje a Toledo, puedes oírla diariamente en su Catedral. En Madrid se dice en el Convento de las Clarisas del Paseo de Recoletos nº 11, los martes a las 19:00 horas.


El Cerro del Jotrón se encuentra a unos catorce kilómetros de Málaga, dentro de su término municipal. Se alza a 869 metros del nivel del mar, dominando los límites del parque natural de los Montes de Málaga. En un día claro puedes adivinar en su cumbre, desde el mar y las estribaciones de Sierra Bermeja en Marbella, hasta el pico de la Maroma, en Canillas del Aceituno; pasando por las Sierras de Tolox, el pueblo de Álora, el Torrecilla, el Huma, El Chorro, su Tajo de la Encantada, y el Torcal, entre otras elevaciones, y macizos.




Sus impresionantes vistas, lo convierten en paso de algunas de las rutas senderistas utilizadas por los aficionados a este tipo de actividad. Si quieres visitarlo, tienes fuerzas, y no aprieta el calor del verano, puedes encontrar en la red varias páginas de excursionismo que te facilitarán la ruta más conveniente. A título de muestra te dejo esta:


www.montesdemalaga.org/jotron.html



Una vez allí y si su majestuoso paisaje deja libre algo de tu atención, podrás observar como en su alargada cima se adivinan, los restos de una doble hilera de casas, separadas por una calle central. Todo en torno a la base de  una torre de defensa completamente arrasada.

Ibn Hayyan, cronista de Abderramán III, (891-961) nos describe el lugar diciendo:

  1. “…Jotrón, plaza fuerte sobre un monte tan alto como las nubes, rodeada casi totalmente por los tremendos precipicios de un valle, de modo que era imposible la aproximación y el ascenso a causa del fuerte que estaba sobre el monte, habiendo entre el fondo del valle y los barrancos circundantes amplios cultivos, tupidas viñas, espeso arbolado y anchos pastizales,  donde pacían sin temor los ganados de la gente de la fortaleza, para los que era puerta y cerrojo, mientras que por oriente la fortaleza daba a un llano de fácil acceso y abierto al frente todos los habitantes eran cristianos”



 

Según la misma crónica, tras sofocar la revuelta muladí de Omar Ibn Haffsunn,  con la toma de Bobastro (928); Abderramán III rindió a la población de los castillos de Santopitar, Comares y Jotrón, sobre el año 942;  haciéndolos bajar a los llanos donde les obligó a establecerse, destruyendo sus fortalezas.


Hoy sabemos,  que  el asentamiento se mantuvo probablemente hasta finales del S. XII, cuando la multisecular intolerancia musulmana, personificada en esos momentos por los Almorávides, inició la persecución de los cristianos residentes en sus dominios en 1.099. Hecho que provocó la revuelta fallida de los mozárabes granadinos, y tras su fracaso la emigración masiva de la población cristiana al norte de la península, y finalmente la expatriación forzada de los restantes mozárabes malagueños, al norte de África el año 1.106. Será probablemente en ese momento cuando se abandonó definitivamente el asentamiento, poniendo fin a la presencia de los cristianos en estas tierras, hasta la toma de la ciudad por los Reyes Católicos en 1487.




No habían pasado cien años desde esta conquista, cuando en 1570 se descubren las ruinas del caserío, el monasterio, y la torre o castillo que los protegía. Junto a las ruinas del cenobio se halló una lápida de mármol blanco, quebrada ya por el tiempo, que fue dibujada, y publicada por el gramático Ambrosio de Morales y en la que en latín con caracteres góticos, y en un lenguaje poético podía leerse:


Reproduccion de la lauda de Amnsvinod realizada por Ambrosio de Morales en 1575

“En este lugar, está sepultado el monje Amansuindo, que fue virtuoso y magnánimo, de ferviente caridad, de ánimo sobrio y egregio. Pastor de Cristo Dios para con sus ovejas, así como guerrero con los fuertes. Rechazó las delicias del mundo, y vivió en este monasterio cuarenta y dos años de su vida. Descansó en este túmulo al emigrar del siglo, siendo colocado en el seno de la congregación de los confesores. Durmiose entre las horas tercias, a aquella en que cantan los gallos, un viernes, décimo día de las calendas de enero, de la era 1020 (23 de diciembre de 981, desde la reforma del calendario gregoriano), reinando nuestro Altísimo señor Jesucristo”.

  

Bajo la lápida y en un ataúd hecho con piedra y barro aparecieron “…todos los huesos del Amanssuindo que no faltó ninguno, ni un diente"


En 1585, se trasladaron restos y lápida al Convento de la Victoria. La lauda se colocó en la pared de la capilla de la Asunción de la Virgen, existente junto al claustro del convento. Bajo ella, se abrió una pequeña fosa enla que se colocaron los restos en“una caxa pequeña de madera de alerze hecha para el propósito, y está clavada con sus abrazaderas, y encaxada en otra que le sirve de funda y forro y la defienda de la injuria de la humidad y de los tiempos”. Sobre la fosa se colocó un lápida con el siguiente texto:



“Hic jacet reconditus


Amansvindo Monachus”



 Clausutro del Convento en la actualidad, al fondo a la izquierda pueden verse las cristaleras que ocultan la antigua Capilla de la Asunción



Si dejamos volar la imaginación podremos ver el monasterio donde vivió Amansvuindo, y que sería similar al de Bobastro, construido en los mismos años, y cuya hipotetica reconstrucción reproducimos. Tendría su patio cercado o claustrado, (de donde proviene la palabra clausura) dentro del cual se encontraba el jardín, símbolo del paraíso en la tierra y su fuente o pila en el centro, que servía para lavarse antes de entrar en el refectorio y a los oficios y que era una alegoría de la fuente de la vida, de la que partían cuatro canales a modo de cuatro ríos, que representaban la verdad, la caridad, la fortaleza y la sabiduría. Cerca del monasterio la Torre o Castillo, que serviría de almacén y de defensa de personas y ganado en caso de ataque.



En el rico entorno que nos describió el cronista Ibn Hayyan, y que poco se asemeja al abandono actual, podríamos ver a los monjes trabajando sus viñas y sembrados, o cuidando del ganado, que solo abandonaban en las horas señaladas para el rezo de los Salmos: ad vesperum (al anochecer), ad nocturnos (a media noche), ad matutinum (por la mañana), ad tertium (a media mañana) ad sextam (al medio día), y ad nonam (a media tarde). Tras los rezos de las tercias (ad tertium), se reunían ante su abad, para leer las reglas antiguas y advertir de las faltas que debieran corregirse.



Por San Isidoro de Sevilla y por la regla de San Fructuoso, que fundó varios conventos en la vecina Cadiz y que probablemente se aplicó en Jotrón; sabemos que los monjes comían en silencio, escuchando la lectura que otro les dirigía sentado en una silla en medio de la sala. La dieta, era pobre a base de verduras y legumbres; salvo los días de fiesta en que se les permitía algo de carne. En cuaresma sólo comían pan y agua. No faltaban, sin embargo las tres medidas de vino, que correspondían a cada monje porque tonificaba y levantaba el ánimo.


Los monasterios como el de Jotrón disponían de pequeñas bibliotecas, a cargo del Sacristán  que entregaba los libros a los monjes a la hora prima y los recogía después de las vísperas. El aseo era escaso, pues solo se recomendaba en caso de enfermedad, para evitar las tentaciones de la concupiscencia. Tras la dura jornada, se retiraban a dormitorios comunes de diez camas (decanias) a cargo de un monje de mayor edad, al que llamaron decano, que vigilaba su sueño con la ayuda de una luz que debía permanecer encendida toda la noche.


Cumbre del Jotrón, sobre el cortafiuegos puede aún apreciarse restos de los materiales de las construscciones
   
Tras una vida dedicada continuamente a la oración y al trabajo, los monjes eran enterrados todos juntos. Por lo que la tumba de Amansuindo y su lauda sepulcral, constituyen una excepción, probablemente debida a la intención de hacer perdurar su memoria por la santidad de su vida y por la devoción filial  de sus monjes, como demuestra su epitafio.

Allí en la cumbre de los montes permanecen sus cuerpos ocultos, durmiendo el sueño de quienes esperan la resurrección. Lo recóndito del paraje del Jotrón, la inmensidad que rodea al antiguo monasterio, y la paz que preside sus ruinas, hacen intuir la presencia del Creador de todas esas maravillas, por lo que solo ante esa paz podemos comprender porque eligieron ese lugar solo y apartado, requisito imprescindible en una época en la que se creía que la consagración al servicio divino, solo podía realizarse con perfección con apartamiento del mundo; huyendo de un ambiente que en ese momento, como en todos los de la historia era claramente hostil a la religión cristiana.

Hoy no resulta necesario “apartarse del mundo”, para encontrar a Dios. Es precisamente dentro de nuestra vida ordinaria, en las pequeñas realidades de nuestro pequeño mundo, en nuestro trabajo, junto a nuestras familias y amigos donde podemos encontrar el camino para nuestro encuentro cotidiano con lo trascente.

Sin embargo, lugares como el cerro del Jotrón, nos  recuerdan la necesidad de buscar algunos días de paz  y retiro para pensar con calma en lo importante y poner un poco de orden en las ideas y en nuestras vidas. Soledad, sosiego, silencio, serenidad. Vida interior, y oración se hacen mas necesarias que nunca, para saber si cada cosa está en su sitio o si tenemos que recolocar alguna.

 
Vista del Jotrón al atardecer

Para concluir, y volviendo a San Amansuindo. Si la piedad o la simple curiosidad te embarga y te encaminas al Santuario de la Virgen de la Victoria, en busca de su tumba, te encontrarás probablemente, con la desagradable sorpresa de que no sepan ni quién era ese señor, (no te extrañes que te espeten un, ¿San Amansuqué?; ni te sepan indicar donde está enterrado. Tampoco encontrarás su lauda sepulcral por mucho que te empeñes en buscarla en la Iglesia o en el aledaño convento.

La realidad es que tras la desamortización del cenobio de la Victoria en 1836, y su conversión en Hospital Militar en 1876, se perdió el rastro de las capillas del claustro y de las tumbas ubicadas en las mismas, que quedaron olvidadas y con ellas la memoria del propio San Amansvindo, cuya lápida sepulcral fue materia de acalorada, docta y fútil discusión desde el S. XVII entre eruditos epigrafistas y gramáticos.

Si Málaga no fuese la ciudad, apática y despreocupada que es, hace ya tiempo que se habría intentado recuperar los restos del santo abad y su lauda sepulcral, para buscarle un sitio más digno y acorde, con su venerable dignidad y nuestra historia,  quizás en la propia iglesia de la Victoria. También se habrían excavado los restos del asentamiento en el cerro de Jotrón. Siempre que el cortafuegos realizado por la JJAA y que se ha practicado directamente sobre sus restos hayan dejado algo que excavar y estudiar.

Pero lo que quizás ignoren los administrativos del Hospital Pascual, que hoy ocupa el antiguo convento, es que sus modernos y asépticos despachos, con las magnificas pinturas que cubren su techos, por cierto magníficamente restauradas por Salomé Carrillo;  se sitúan en la antigua Capilla de la Asunción y sobre las tumbas y los restos, entre otros de nuestro santo abad. 



Diego Martínez Salas




















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