La Conspiración Carlista de
Grazalema de 1.836
Luís Ruiz Navarro
Nuestro paisano, D. Antonio Díaz, Subteniente retirado del
Regimiento Provincial de Ronda, está preso en la cárcel del pueblo. El Juez del Partido de Grazalema le
encuentra culpable de dos cargos y dicta sentencia: Seis años de presidio en el
peninsular de Granada, por delito de infidencia. Diciembre de 1.836.
Con parsimonia, lía
un cigarro de picadura de Gibraltar del cuarterón que había traído su
mujer, María Guerrero, junto con ropa limpia.
A través del alto ventanuco de
gruesos barrotes, sólo divisa la veleta de la Aurora que hoy parece rascar las
nubes de gris “panzaburra” que se desplazan lentamente hacia Las Veguetas.
Regimiento Provincial de Ronda |
Todo comenzó dos años atrás… A primera vista, le gustó D. Antonio
Martínez Arizala; era un hombretón, como
de cincuenta años; vestía con cierta elegancia montuna; calzaba botas finas de
caña alta. Este era el “D. Antonio”,
cuyas hazañas iban de boca en boca en todos los corrillos de la Serranía. Y
pensaba igual que él, punto por punto, tal como le habían
comentado. Se entendieron rápido.
Hacía meses que
andaba por ranchos y cortijadas buscando
adeptos para la causa de D. Carlos, Rey legítimo. Además lo mandaba el marqués de la Hermida,
con quien tenía relaciones de amistad y cuentas pendientes por la compra de
lanas que hacía al marqués para la
fábrica de paños de su suegro. Por eso
lo recibió en su casa, junto con sus dos acompañantes y los alojó aquella noche. Pero por falta de dinero, no pudo darle lo
que exigía por orden del de la Hermida;
ya arreglarían cuentas con la deuda por las lanas.
Transcurridos
dos meses, no podía excusar más el pago.
Eran varias las cartas que Saborido, el aperador del marqués, le había
hecho llegar con orden de entregar algo
a cuenta a D. Antonio. Eran
instrucciones precisas, la entrega se haría en el ventorrillo de los Nogales,
dos leguas más allá de la Barca. Y la
persona que recogiese el dinero, le entregaría como contraseña una pieza de dos
cuartos. Por eso envió a Juan Gómez, el
arriero de su casa, persona de absoluta lealtad, con 1.200 reales en metálico y
300 en paño.
Cuando poco
después mandaron a Vicente, el del cortijo de las Agusaderas, con la esquela
cerrada pidiendo más dinero, se le contestó que ya se les remitiría a la Venta.
Luego llegaron
las complicaciones… alguien delató que
en un rancho se habían reunidos unos 15
hombres, la mitad con escopetas, los otros con pistolas y cuchillos y que
Martínez Arizala había arengado a los reunidos, dando vivas a Carlos V e
insultado a la Reina, y que había
llegado la hora de hacerse hombres;
quienes los siguiesen serían voluntarios de la más noble causa. Después robaron unos caballos en la venta de
Retín, y se fueron para Grasalema, (sic) a “buscar gente”… a casa de D. Antonio
Díaz…
Era febrero de
1835. La partida facciosa es cercada en el rancho del Pedregoso y
aprehendida. Isabel Rubio, detenida,
confiesa que la Nochebuena anterior en la majada de los Toros de los
Pedregosos, rancho de Cristóbal y
Salvador Aguilar, había preparado la cena con dos gallinas a la partida de D.
Antonio. Y señala a Díaz de haber facilitado dineros y de complicidad en la conspiración.
A pesar de ser
Comandante de Armas de Grazalema, persona principal y yerno de un rico
comerciante, tiene miedo. Sabe que el
recién estrenado Presidente del Gobierno, D. José María Calatrava, ha ordenado a los generales Narváez y Rodil
mano dura. No lo piensa, huye. Y escoge como lugar más a propósito para
esconderse el rancho que llaman Las
Rosas, en Morón.
Allí se
encontraba aquel 18 de noviembre de 1836 que amaneció soleado y tibio, cuando
se le ocurrió estirar las piernas y dar un paseo por los barbechos. Se topó en la hondonada con una partida de
hombres que, tirados en el suelo y con las escopetas a mano, daban descanso a
sus cuerpos y a las cabalgaduras; se
imaginó lo peor pero se equivocó: era un destacamento del general D.
Miguel Gómez Damas.
Y, casualidad, entre
ellos venía un soldado que lo reconoció por haber servido a sus órdenes. Como sabía de sus ideas, fue “invitado” a irse con ellos a Ronda. Y no podía negarse. El guarda de la dehesa, Juan Párraga, se cruzó con ellos cuando vadearon el arroyo
y abrevaba el ganado. Una mirada a Díaz
y el furtivo asentimiento con la cabeza que le hizo éste, le confirmó que
cabalgaba entre ellos no muy a gusto,
medio prisionero.
Ya en Ronda,
sin tiempo de asearse, se presentó a D. Miguel. Conocía el carácter duro e inflexible del
general, desde que fue su superior como Comandante de Algeciras; de cuando visitó el
acuartelamiento y se franquearon sus ideas.
Así que después del militar saludo, intercambiar breves formulas de
cortesía y divagar por la afición
favorita que también compartían, los caballos, Gómez fue directo al grano: Busco un
Comandante General para la Serranía, que aúne los esfuerzos de las
partidas. Tienes que incorporarte como
Oficial al ejército de D. Carlos. De
nada valieron las excusas de estar enfermo y sufrir continuos dolores y
achaques. El general alzó la voz y con
gestos enérgicos, dando largas zancadas por la
sala de Oficiales, le instó a que, al menos, hiciese otro oficio para la
causa, amenazándole con grave castigo si no aceptaba.
Y no pudo rechistar, cuando le entregó aquél bando
redactado en términos duros e imponentes: orden de levantar Grazalema y volver
con hombres, armamento y caballerías.
Dio su consentimiento; de sobra
conocía que de no hacerlo, pondría en
grave riesgo su vida.
Cuan poco
satisfecho quedó Gómez de ésta conformidad, lo dedujo al poco rato por
asignarle una escolta de diez jinetes y cinco infantes -le dijo que era para asegurar su persona- y
exigiéndole como prenda, antes de ir al
pueblo, la presentación de un caballo de
su propiedad que le había celebrado mucho.
Uniformes carlistas de la Primer Guerra Carlista |
De una pieza se quedó Manolo Bocanegra, capataz de la bodega de su suegro en Cañagrande cuando le vio aparecer de ésa guisa, después de año y medio de ausencia. Manuel, que me llevo el potro, fueron sus únicas palabras, después de aparejarlo él mismo. María Gallardo, su suegra, lo besó a modo de saludo y despedida, sin mediar palabras, mientras retorcía las manos, nerviosa, debajo del negro delantal; ella lo suponía en Morón, bien escondido…
Bartolo Ruano y
Alonso Nieto, como hacían siempre por éste tiempo, estaban carboneando en los alrededores. Lo vieron camino de Ronda con los soldados y
el potro; se quedaron mudos de asombro…
y se dieron prisa en cargar los mulos con los sacos de picón y volver al
pueblo. Se juramentaron en no decir lo que habían visto: era demasiado
peligroso.
Fue la tarde
noche del 19 de Noviembre de 1836. La
Iglesia parroquial tocaba a Oración, señal del final de las labores del campo y
del día, como hacía siglos. El tañido de
la campana rebotaba en la sierra. En
muchas casas, reunida al amor del brasero, la familia rezaba el Rosario.
No se había
apagado aún el eco de la última
campanada. D. Esteban Pino, capellán
de la Ermita de los Ángeles, cerró la puerta y la aseguró con la tranca. Había
terminado sus rezos y se disponía a consumir su frugal cena.
Oyó un desusado
ruido de cascos de caballería y gente hablando a voces, como dando órdenes, en
el atrio; se acercó a la cocina, apagó el candil, entreabrió el postiguillo y aguzó vista y oído.
Estaba oscureciendo de prisa y no estaban los tiempos como para salir a
curiosear, aún a resguardo de la sotana.
Ermita de la Virgen de los Ángeles a principios del S.XX. Su aspecto no debió de ser muy distinto al que tuviera en 1.836 |
Reconoció a “Donoso” y su hermano Pedro Menacho, los guardas de los Montes; escuchaban respetuosamente, y D. Antonio, el Comandante de Armas, les entregó un papel y los mandó al pueblo, a avisar al Alcalde y al escribano y decirles que allí los esperaba sin falta.
Mientras tanto,
la tropa se apostó en los peñascos de alrededor, a una distancia regular del
Santuario, en términos de poder ver sin ser vistos y llegado el caso, disparar
y replegarse sin daño.
Francisco Gago,
el alcalde, apuraba su sopa de pan, cuando avisó la sirvienta: en el zaguán
esperaban, nerviosos, los hermanos
Menacho que le entregan el documento lacrado.
Era un bando
firmado por Gómez Damas; en tono amenazador le conmina que de inmediato, sin
excusa ni pretexto alguno, ponga a disposición del mandante cuantos mozos
útiles, caballerías y armas pueda reunir.
Para servir a la causa del Rey legítimo D. Carlos V. De todo levantaría acta el escribano.
Granaderos Isabelinos o liberales de la Primera Guerra Carlista |
Temblando, coge la capa y para mayor subrayar su autoridad, la vara de mando, y además del escribano, se hace acompañar por el Secretario D. Antonio Domínguez y los aguaciles Cristóbal Naves y Francisco Pérez.
Camino de la
Ermita cambia impresiones con los Menachos.
Estos le comentan que aunque Díaz parece mandar la tropa, cuando se lo
encontraron en las Veguetas, venía entre los soldados, como preso.
Las palabras
cruzadas con Díaz sentados en el poyete del atrio, fueron las que tanto temía oír, aunque las
esperaba: D. Miguel Sancho Gómez Damas, Jefe de Estado Mayor de D. Tomás
Zumalacárregui, Teniente General de los Ejércitos del Norte, no se andaba con finuras y había que
obedecer. De lo contrario, no podría
garantizar nada. El saqueo sería lo
menos que podría pasar.
Cazadores e infantería de Línea liberales de 1836 |
Gago quiere ganar tiempo; en la Serranía las noticias vuelan. Por sus confidentes, trajineros y contrabandistas -había que hacer la vista gorda en los largos inviernos, tal faltos de jornales- sabe de los movimientos de las tropas liberales, que vienen pisando los talones a la expedición del general. D. Ramón Narváez está en Osuna. Alaix, en Antequera. Felipe Rivero quizás acercándose a Villamartín…
De hecho, en el cajón de la alcaldía tiene
dos discursos idénticos; en uno, en lenguaje florido y poético rinde vasallaje
al Ángel de la Libertad, encarnado en la dulce niña-reina Isabel y la sabia
regencia de Mª Cristina El otro igual,
pero protestando la fidelidad al Rey legítimo y neto, D. Carlos.
Solo quiere
para su pueblo paz, tranquilidad y pan para todos sus vecinos. Están muy lejos
de la Corte, y les trae sin cuidado quien se siente en el Trono, tío o
sobrina. Lo que trata de evitar es la
sangría de vidas jóvenes que produciría la leva forzosa. Pero le exigen tomar partido; solicita tiempo para consultar y deliberar y
así lo conviene con el D. Antonio Díaz: al amanecer, enviará al rancho de Juan
Gómez Chacón y Catalina Jarillo la contestación con un vecino de
confianza. Y se retiran al pueblo.
Uniforme del Regimiento Carlista de Castilla, que constituían el grueso de las tropas de Gómez Dama en su aventura andaluza |
La partida de facciosos huye. Grazalema se ha salvado. El Antonio Díaz queda, inexplicablemente,
libre de la especie de arresto en que lo traía la tropa y no la sigue. Pero no se fía y de acuerdo con la palabra dada, se va al rancho de Catalina
Jarillo. Allí lo encuentra Juan Casas a
las 10 de la mañana cuando llega con la contestación de Gago. Y con él se marcha a Grazalema, manifestando su voluntad decidida de no ser
faccioso y volverse a su casa y acogerse
al indulto.
Antiguo ayuntamiento donde se encontraba el arresto o prisión donde estuvo preso el protagonista de estas líneas. |
La respuesta del Alcalde al oficio de Damas,
no la sabremos nunca.
Días más tarde,
los dos ejércitos se encuentran en las inmediaciones de Algar. Se libra la batalla en el Majaceite. Los carlistas dejan cien cadáveres en la
refriega y ciento quince hombres quedan prisioneros del General Narváez.
Gómez Damas, con el grueso del Ejercito carlista sigue su rumbo hacía las provincias del Norte, siendo incapaces los generales liberales de darles alcance, en una retirada que será motivo de estudio y admiración en las Academias Militares de Europa.
NOTA
Este relato
está inspirado en el escrito de defensa que redactó el letrado sevillano D.
Joaquín Perez-Seoane Rivero, pidiendo la revocación de la Sentencia del Juez de
Grazalema.
Por lo tanto,
los nombres de personas, lugares, fechas y circunstancias son rigurosamente
históricas ya que están sacadas de las declaraciones efectuadas en presencia
judicial, de imputados, testigos y
fuerzas actuantes.
D. Joaquín, uno
de los mejores abogados de la época, fue Fiscal de la Audiencia de Valencia y
Rector de la Universidad de Sevilla.
El escrito, fue
tomado como modelo en la enseñanza del Derecho. Y así aparece publicado en el libro
“LECCIONES Y MODELOS DE ELOCUENCIA FORENSE” editado en Madrid en 1848, junto
con otros de distintas causas, cuyos
autores son letrados tan significados del XIX, como D. Wenceslao de Argumosa y
Borke, D. Manuel María Cambronero, o D.
Juan Bravo Murillo, entre otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario